Comer calçots es una de las planes gastronómicos más divertidos que existen. De ahí que este manjar originario del interior de Catalunya haya adquirido tanta fama en los últimos años. A continuación, os damos unas claves básicas para disfrutar de ellos.
¿Qué son?
Seguro que algún despistado cerca tuyo os dice que son puerros. Nada más lejos de la realidad. Técnicamente se trata de una variedad de cebolla, mucho más tierna y con una textura más agradable.
¿Cómo se cultivan?
El calçot debe su nombre a la manera especial de cultivar la cebolla. Para alargarla se añade tierra a su base lo que hace que esta tenga que ‘estirarse’ en busca de la luz. Este proceso que se repite hasta en tres ocasiones recibe el nombre de “calçar” en catalán.
¿Cuándo se comen?
Aunque puedes encontrar calçots a lo largo de todo año, se trata de una verdura de invierno cuya recolección se realiza de noviembre a abril. Así, los meses más típicos para disfrutar de una calçotada son enero, febrero y marzo.
¿Cómo se hacen?
La forma clásica de hacer calçots es a la parrilla, pero sobre la llama. De esta manera el interior queda blando y cocinado y el exterior negruzco y carbonizado. Cuando los calçots están listos se retiran del fuego y se dejan reposar envueltos en papel de periódico.
¿Cómo se comen?
Lo primero que debemos hacer cuando vayamos a comer calçots es ponernos un babero e, incluso, guantes. De lo contrario nuestra ropa y manos acabarán cubiertas de carbón. Una vez listos, empezaremos retirando la primera capa chamuscada del calçots, sumergiremos su parte limpia en la salsa y lo engulliremos de un bocado. ¡Ñam!
¿Qué salsa usar?
Este es el clásico tema de debate en toda calçotada que se precie: ¿salsa romesco o de calçots? Realmente ambas utilizan los mismos ingredientes (tomate, ajo, almendras y avellanas machacadas) pero en distintas proporciones. En principio la salsa de calçots es más dulce y está más triturada que la romesco.